martes, 20 de octubre de 2015

Urian & Layla

Prólogo

19 de Junio de 9548 a. C.
Los dioses atlantes estaban desesperados, Apolimia, diosa atlante de la destrucción, había ocultado a su hijo en el plano humano y estaban como locos buscándolo. Habían matado a príncipes atlantes y a plebeyos que podrían tener algo divino en su sangre, pero todos habían sido bebés inocentes. Apolimia seguía encerrada, riéndose de ellos y jurando bañarse en su sangre cuando su hijo llegase a la madurez; de ahí que Arcón, dios atlante de la luz y el orden, estaba más desesperado que el resto. Ese niño acabaría con todos ellos y, además, le quitaría su puesto como rey de los dioses atlantes.

En el salón del trono se podía escuchar la risa de Apolimia, burlándose de todos ellos, Archon le exigía saber dónde había escondido al bebé, pero ella seguía retándole a que matase a todos los bebés nonatos. Era algo que resultaba imperdonable, pero para evitar la muerte de todos ellos y la del pueblo atlante, tendría que hacerlo por muy imperdonable que fuese.

- Siempre podemos hacer una cosa -comentó Ydor que estaba con los demás en el salón del trono.

- ¿En qué estás pensado, Ydor? -preguntó Archon al escucharlo.

- Podemos atormentar al niño, llamándolo y desquiciarlo, eso puede ayudarnos a identificarlo de los demás. Por otro lado, Apolimia debió de quitarle todos sus poderes antes de mandarlo al plano humano, ¿y si creamos un ejército? Estoy casi seguro de que si les ordenamos buscar a Apóstolos y matarlo, el niño no tendría ninguna posibilidad.

Por un momento, Archon pensó que su tío había inhalado algo u que estaba tan borracho como Basi, diosa de los excesos, pero al escuchar su argumento... tenía sentido, los otros panteones no se sentirían ofendidos por la intromisión de sus bastardos y podrían buscar al hijo de Apolimia fuera de su patria y matarlo una vez lo hubiesen encontrado. Su tío tenía razón. 

25 de Abril de 9538 a. C.

- Mami, ¿mi padre me quiere?

Elea dejó de atender la comida cuando su hija le hizo esa pregunta, con cinco añitos, Layla era una niña insegura de sí misma y adorable, su cabello era negro con destellos algo más claros, sus ojos eran los de su padre, azules, su tez era algo oscura y su complexión era algo delgada, aunque con una buena alimentación sería una niña con una pinta más saludable. Aun así, como la madre que era, Elea quería a esa niña y haría cualquier cosa por ella y su padre; era consciente de por qué la niña hacia esa pregunta. Desde que había nacido, Ydor había tomado algunas distancias en lo que acercarse a la niña se refería; normalmente tenía que ir al templo del dios para estar unos momentos a solas con él, mientras Layla dormía.

Dejó la cuchara con la que estaba preparando la comida y se arrodilló junto a la niña para quedar a su altura. 

- ¿Por qué dices eso, tesoro? Claro que tu padre te quiere -respondió a su pregunta con un tono dulce y amable que siempre usaba cuando estaba con ella.

Se fijo que la niña bajaba la mirada y jugaba con los dedos, un gesto que siempre hacía cuando estaba nerviosa o dudaba en decir algo. Muy en el fondo, sabía por qué su hija hacía esa pregunta, nunca había visto a su padre desde que tiene uso de conciencia; el dios del mar nunca se había dignado a aparecer ante la presencia de su hija y cada vez que Elea preguntaba, el dios evitaba la pregunta y no entendía por qué.

- E-Es que... hay un niño que dice que mi padre no me quiere, que es un hombre normal y corriente que huyó y nos abandonó -contó aun con la cabeza agachada y en un susurro.

Elea no pudo contenerse más y abrazó a su hija, siendo consciente de que mucha gente dudaba de que fuese hija de Ydor, la pobre siempre sufría por las constantes miradas de reproche y por culpa de los rumores que había en su pequeño pueblo costero. Ella también los sufría, desde que apareció en el templo de Ydor, presentando a Layla como hija del dios ante los sacerdotes que se apresuraron a decir que eso no era posible y el dios no se había dignado a aparecer para corregir al sacerdote; solo había aparecido por la noche cuando intentaba que Layla durmiese, en ese momento Ydor la conoció, todavía podía ver el tiento con el que cogía al diminuto bebé y lo pegaba a su pecho. Aun así, era muy consciente de que una pobre campesina, hija de un pescador pobre, acabaría quedando como una mentirosa porque no podía ser digna de ser la amante de un dios. No dudaba de que había alguna razón por la que Ydor había ido a verla durante varios meses desde que los dos se conocieron, de hecho, el afecto que llegó a tenerle en aquel entonces fue creciendo hasta convertirse en un sentimiento más fuerte.

- Mami, me haces daño -se quejó la niña, que la había quitado de sus ensoñaciones.

- Lo siento, tesoro -se disculpó, aflojando el abrazo.- Sé que quieres verle, pero tu padre es un dios muy ocupado, es normal que no pueda venir mucho a vernos.

Se separó del abrazo y limpió sus lágrimas que habían recorrido sus mejilla, terminando por darle un ligero toquecito en la frente como bien hacía su padre cuando iba a visitarlo, el sonrojo de la niña se hizo muy evidente y se llevó una de sus manitas a la frente. Hacía un tiempo le había dicho que su padre acostumbraba a dar ese toquecito a sus seres queridos, así que Elea lo hacia de vez en cuando, solo cuando la niña estaba triste y preguntaba por su padre.

- ¿Crees que mi padre se alegraría de verme cuando me conozca? -le preguntó con algo de ilusión.

- Claro que sí, de hecho, cuando estamos solos siempre me pregunta por ti -respondió sonriéndole con cariño.

- ¿E-En serio? -preguntó algo sorprendida.

Su madre asintió y Layla no pudo evitar sentir tanta felicidad, le alegraba saber que su padre pensaba en ella y que se preocupaba por ella. Así que abrazó de nuevo a su madre y la ayudó a preparar la comida. Con el animo más alto.

5 de Noviembre de 9537a. C.
Layla estaba junto a la cama que compartía con su madre, hacía varias semanas la había encontrado desmayada y estaba con una fiebre que no disminuía en ningún momento. Así que la pequeña se había encargado de limpiar la casa, hacer la comida y cuidar de su madre, día y noche, quería convencerse de que su madre se recuperaría de la enfermedad que tenía y, por otra parte, no podía evitar pensar en lo peor. No quería perder a su madre, no sabía qué hacer sola.

Se sobresaltó cuando su madre tuvo otro ataque de tos y se incorporó un poco para, de alguna manera, quitarse la tos. Layla se apresuró a ir a por un cazo con agua para que pudiese beber, se lo ofreció con cuidado mientras su madre bebía despacio; una vez que la tos hubo pasado, le sonrío dulcemente como siempre hacía.

- Gracias, tesoro -le agradeció y volvió a cerrar los ojos para descansar.- Es tarde, deberías descansar.

- No puedo... No mientras estés enferma, mami -respondió muy decidida, no iba a quitarle el ojo de encima.

Su madre siempre se había mantenido a su lado cuando caía enferma y ella no podría descansar tranquila si su madre estaba sufriendo.

- Eres muy buena, tesoro, pero necesitas dormir, hoy has estado trabajando muy duro.

Siguió negándose a descansar y le pidió a su madre que durmiera un poco, mientras dormía, Layla se mantuvo despierta... aunque el sueño quería hacer que se durmiera. "Solo un ratito" se dijo a sí misma y apoyó la cabeza en la cama, junto a su madre.

No sabía cuánto tiempo había dormido, pero se despertó sobresaltada cuando escuchó a su madre tener otro ataque de tos, corrió a por agua y a dársela. Su madre la rechazó y siguió tosiendo y poniéndose de costado como si estuviese sufriendo un dolor muy grande. ¿Por qué no podía hacer nada? "Ve a por un médico" se ordenó, pero eran tan pobres que no tendrían manera de pagarle. Layla estaba paralizada, no sabía qué tenía que hacer. Fue entonces cuando la puerta se abrió de colpe y dejo entrar un fuerte viento que había fuera, cuando Layla miró hacia la puerta, vio a un hombre muy alto con el cabello a la altura de los hombros. Se puso de pie y cogió lo primero que pudiera usar como arma, aunque sabía que sería inútil contra alguien al que apenas le llegaba a la cintura. El hombre se acercó con grandes zancadas hasta la cama, apartándola a ella en el proceso.

- Tranquila, amor, todo va a estar bien -dijo el hombre con el tono más grave que había escuchado en un hombre.

El hombre abrió un odre de agua que llevaba a la cintura y manipuló el agua para colocarla en el pecho de su madre, el agua comenzó a brillar con una tenue luz mientras su madre dejaba de toser y parecía que el dolor que padecía había cesado. No podía creerse lo que estaba haciendo ese hombre, pero ella también podía hacerlo... al menos lo de manipular el agua para que se moviera a su voluntad; instintivamente supo quién era ese hombre, pero temía decir algo en ese momento.

- Trae agua y paños limpios, niña, deprisa -le ordenó sin apartar la vista de su madre.

Se apresuró a obedecer a su padre y buscar el cuenco más decente que tenía y a romper el vestido nuevo que su madre le había hecho en su último cumpleaños, le encantaba ese vestido, pero no era importante en ese momento. Cuando le llevó las cosas que le había pedido, se quedó algo sorprendido al ver la tela del vestido que había roto y procedió a limpiar el sudor que cubría a su madre; ninguno de los dos dijo nada mientras su madre dormía, ella le miraba de reojo de vez en cuando y, como le había dicho su madre en una ocasión, se parecía mucho a él. Los dos tenían el mismo color de ojos y sus rasgos eran casi idénticos , pero ella todavía tenía que crecer para poder ver ese parecido; de hecho, su padre tenía una manía como ella, ella lo hacía cuando estaba nerviosa, pero su padre debía de hacerlo por costumbre, pero se estallaba los dedos, o hacía el gesto, cuando volvía a limpiar el paño en el cuenco. Por un momento se puso contenta de poder conocerlo por fin, aunque habría preferido que fuese cuando su madre no estaba enferma.

Por otro lado estaba algo desilusionada, su padre ni la miraba, ni le hablaba, se centraba en su madre y en nada más. Se mantuvo en silencio y el sueño volvió a invadirla mientras confiaba en su padre para que curase a su madre, era un dios después de todo.

Ydor seguía concentrado en cuidar de Elea, no se sentía capaz de mirar a la niña que lo miraba con tanta curiosidad y a la vez con tanta alegría. Había evitado verla desde la primera vez que la había tenido en brazos y ahora no sabía que decirle, ella tampoco, suponía que no quería decir nada para que pudiera concentrarse en cuidar de su madre. No fue capaz de relajarse hasta que se quedo dormida, apoyando la cabeza sobre el brazo que tenía apoyado en la cama; en ese momento fue capaz de mirarla y se quedó sorprendido con el parecido que tenía con su madre y con él mismo. Su cabello era del mismo color que el de su madre, con algunos mechones más claros, sus mejillas eran algo regordetas mientras que de complexión era algo delgada; por una vez, desde que la había tenido en brazos, se atrevió a tocarla.

- Es guapa, ¿verdad?

La pregunta de Elea lo sobresaltó, había estado tan concentrado de la nada en la niña que no se dio cuenta de que su amada había despertado:

- Si... Se parece mucho a ti -comentó, volviéndose a concentrar en la mujer.

- A ti también, los dos compartís muchas cosas -dijo con un leve tono.

- ¿Cómo cuáles? -preguntó algo sorprendido, ¿su hija había heredado sus manías?

- Los dos tenéis esa desagradable manía de estallaros los dedos, también os ponéis rojos cuando estáis nerviosos -fue diciéndole,- y siempre, pero siempre hace algunas cosas tres veces. Como tú.

Ydor volvió la vista de nuevo a la niña y con la sorpresa en su mirada, debería haber ido más a menudo, pero la búsqueda de Apóstolos era tan ardua que apenas podía estar un rato a solas con la mujer que estaba cuidando, ¿por qué no le habría preguntado por otra cosa a parte de cómo iba con sus poderes? ¿Cómo estaba?

- Ydor... tengo que pedirte algo -dijo Elea que tuvo otro leve ataque de tos.

- Dime, ¿necesitas algo? ¿Quieres que te traiga agua?

Vio como negaba levemente con la cabeza y miraba a la niña que dormía profundamente a su lado:

- Sabes que no voy a aguantar mucho más tiempo esto... -le dijo con tono temeroso.

- No digas eso, vas a salir de esta, eres fuerte -la contradijo, no iba a dejar que Elea muriese.

Notó que sonreía levemente y cogía aire antes de poder hablar.

- En caso de que no lo consiga... ¿harías algo por mí? -le preguntó, moviendo una mano para agarrar la suya.

- Lo que sea, Elea, lo sabes -respondió muy decidido, agarrando su mano entre las suyas.

- ¿Cuidarías a nuestra hija por mí? -le preguntó de nuevo, con un tono algo esperanzado.

El dios se quedó de piedra al escuchar la pregunta, no sabía si podría con algo así, nunca había cuidado un niño y tampoco sabía cómo criar a uno. No se veía capaz, podría dejarla con los sacerdotes de su templo, pero ocuparse personalmente.

- ¿Personalmente? -preguntó para estar seguro.

- Personalmente -respondió y luego volvió a mirar a la niña con lágrimas en los ojos.- Te necesitará cuando yo no esté... Te lo suplico, Ydor, si nos quieres un poco, cuídala.

- No sé si seré capaz, Elea... Soy un dios, nunca he cuidado de un niño... -se quejó el dios, volviendo la vista a la mujer que quería.

La mirada que recibió, no solo era de súplica, también hacía cierto cariño. Soltó un suspiro y terminó por acceder y jurar que cuidaría de Layla, no sabía cómo lo haría, pero tenía que cumplirlo de alguna manera.

Pocas horas después, antes del amanecer, Ydor y Elea sabían que el tiempo de ella se agotaba. Así que, como última voluntad de Elea, le pidió a Ydor que la llevase a ver el amanecer a la playa que había cerca de su casa. Allí donde se habían conocido hacía seis años, a Elea le gustaba mucho ese sitio y, en cierta parte, a él también; los dos vieron el amanecer y, después, Elea se fue.

El dios de los mares se quedó allí, con ella entre los brazos, se había pasado un buen rato con la cara oculta en el cabello de ella. No tenía ni idea del tiempo que había pasado, oía las llamadas de su familia que le pedían que volviese a casa para continuar con el plan trazado para encontrar al hijo de Apolimia; pero lo único que consiguió que levantase la cabeza para mirar a otro lado fue el tono asustado de Layla, que casi fue un susurro, llamando a su madre. Estaba a unos pasos de donde él abrazaba a Elea, pero el dios se veía incapaz de decirle que su madre no volvería con ellos, de hecho la niña corrió hasta ellos y siguió llamando a su madre, intentando que despertase; al no conseguirlo, se echó a llorar y abrazo a su madre. Él también lloraría así, pero lo único que podía hacer era mantenerse en silencio y abrazar a la niña en un intento por consolarla y dejase de llorar; costó bastante, pero al fin y al cabo, dejo de llorar y él pudo encargarse de Elea como ella se merecía.

Después de su funeral, Ydor miró a la niña que estaba con una expresión vacía en sus ojos. Suspiró levemente al tener que pensar en lo duro que sería para la pequeña no tener a su madre y aun encima tener que estar bajo su cuidado, aun se veía incapaz de decirle algo a su hija, además... ¿qué podía decirle?

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