domingo, 3 de enero de 2016

Urian & Layla

Capítulo 2
Ydor se encontraba en su templo, había pasado casi un año desde que Apolimia había ocultado a su hijo en el mundo humano. Él estaba algo preocupado por ese asunto, como todo en el panteón, si ese niño alcanzaba la edad adulta... todos ellos y el mundo entero estarían en serios problemas. La creación de su ejército de semidioses marchaba bien, pero él no había encontrado todavía una mujer que pudiera tener un hijo suyo. Tampoco es que fuera su mayor preocupación, pero quería colaborar de alguna manera. 

Una súplica llamó su atención y usó sus poderes para ver quién le había sacado de sus pensamientos.

Vio un bosque en que el estaban tres hombres y una muchacha, ella estaba luchando para soltarse del agarre de uno de ellos mientras gritaba "¡Padre, por favor, no me hagas esto!", Ydor no era el dios de la justicia, pero no pudo evitar aparecer en el lugar para ayudar a la muchacha. El hombre, que debía ser su padre, salió corriendo al verle y los otros intentaron atacarlo. Su último error. Cuando Ydor acabó con ellos, se giró para mirar a la chica que estaba llorando desconsoladamente.

- Tranquila, ya ha pasado todo, todo va ir bien -le dijo en un intento para calmarla.

No sabía qué estaba pasando, pero la muchacha se tiró a sus brazospara abrazarlo. Él la abrazó a su vez para tratar de consolarla de alguna manera, ni siquiera sabía los motivos que tenía para estar allí, en la oscuridad, fue algo impulsivo por su parte, pero aun así, siguió abrazándola y consolándola.

Años después, Ydor había perdido a Elea, la muchacha a la que había salvado y con la que había tenido una hija, Layla, en esos momentos... observaba con sorpresa y miedo como un semidios la atravesaba con una espada y le provocaba más daño del que debía de estar padeciendo. No dudó en intervenir para salvar a su niña, hizo retroceder a los semidioses y protegió a su hija, cogiéndola en brazos, alzó su mirada para encontrar a dos muchachos asustados, pero Ydor no tendría piedad. Cualquiera que hiciese daño a su niña, moriría.

- ¡Ydor! -exclamó Archon que le detuvo de lanzar un ataque contra esos bastardos.

El dios del mar volvió a alzar la mirada, con su odio aun patente para mirar a su regente que tenía una expresión impasible.

- Deja que esa bastarda se muera, no nos puede ser de utilidad cuando ni siquiera puede lanzar un ataque decente -le ordenó.

¿Dejarla morir? ¿"Esa bastarda"? Archon no tenía ni idea... ¡Layla no era ninguna bastarda! Era su hija, suya y no iba a dejar que la insultarán de esa manera.

- Ydor, cálmate, Layla no se va a recuperar por mucho que les mires con odio -se apresuró a detenerlo Bet´anya que había bajado a la arena.

Cierto, Ydor bajó la mirada hacia su hija que estaba muy pálida e inconsciente, tenía que ocuparse de ella. Se incorporó con cuidado para llevarla a su templo y así poder curarla, puto Archon... ¿Cómo se atrevía? "Será normal con todos los bastardos que tiene él" gruñó para sus adentros, mientras observaba a Layla. Momento en el que su mirada se suavizó.

- TRanquila, tesoro, no dejaré que te pase nada malo -le dijo mientras la curaba.

Besó su frente y siguió curándola, recordando las palabras de Archon en la que llamaba inútil a su niña. "No debí haberte metido en esto" se reprendió, si no hubiera comenzado a entrenar a su pequeña, podría haberla mantenido a salvo de toda su familiay ahora era demasiado tarde. ¿Qué iba a hacer? 

18 de Noviembre de 9534 a. C.
Layla estaba encerrada en el templo de su padre y llevaba varias semanas sin salir de allí, apenas comía y no quería hacer nada. Se pasaba los díasy noches pensando en lo que había pasado en aquel combate, era una completa inútil. No sabía nada de lucha o de enfrentarse a algo más fuerte que ella, prácticamente pensaba que su padre estaría mejor sin ella, Archon tenía razón.

- ¿Layla? 

La niña se sobresaltó y alzó la vista para ver a su padre, parado junto a la puerta de sus aposentos. En los últimos días había intentado animarla. Aunque había algo que la extrañó, su padre había tomado la apariencia de un sacerdote, le parecía extraño ya que eso pasaba de vez en cuando y le pidió que le siguiera, cosa que hizo.

Caminaron por la capital atlante hasta llegar a una zona donde vivía la gente "pobre", algo muy extraño, su padre la guió hasta una casa que tenía pinta de estar a punto de derrumbarse y llamó a la puerta. ¿Qué estaba pasando? Cuando abrieron la puerta, Layla vio a una niña pequeña que debía de tener cinco años, rubia y de ojos verdes. Parecía algo asustada de ver al sacerdote, su padre, en la puerta.

- Llévanos con tu abuela, pequeña -le ordenó su padre con cierto tono amable.

La niña dudó bastante en si debía dejarles entrar o no, pero obedeció a su padre y les llevó junto a una cama donde dormía quien debía ser su abuela. Layla seguía sin entender por qué estaban allí, pero se vio a sí misma en la niña que estaba algo asustada,

- Cúrala -le dijo su padre.

- ¿Cómo? -le preguntó algo dudosa, no podía hacerlo.

- Sé que puedes, Layla, cúrala -le respondió con un tono tranquilizador, pero exigente a la vez.

Aun sin estar muy segura, miró a la anciana y luego a la niña que estaba junto a la cama. Abrió el odre que le había dado su padre para la lucha que había tenido lugar hacia unas semanas, manipuló el agua para que se pusiera en el cuerpo de la anciana. "Recuerda que tienes que ser cuidadosa, si haces algo mal, podrías matar a alguien" recordó las palabras de su padre cuando le había enseñado aquella lección, el agua cogió su brillo característico cuando la usaba para curar a alguien y tuvo cuidado para que la anciana no muriese; comenzó a sentir un cosquilleo en las manos cuando llevaba un buen rato manipulando el agua y no sabía qué significaba. La anciana abrió los ojos y miró a su nieta, llamándola por su nombre, entonces se apartó para que la niña pudiera abrazar a su abuela y llorar. 

Poco después de haber curado a la anciana, Ydor había abandonado el aspecto de sacerdote y agarraba de la mano a Layla, tal como había pensado, a su niña se le daba bien usar sus poderes para curar a los demás. Pensó que lo que acababa de hacer le levantaría el ánimo, pero parecía que no. Él también estaba algo bajo de ánimo, la guerra entre Grecia y la Atlántida estaba a punto de llegar, podría ser mañana o dentro de unos años, pero él tenía que mandar a su niña con el resto de semidioses que irían en busca de Apóstolos para matarle y lo más difícil era decírselo a su hija. ¿Cómo podía decirle algo tan delicado como eso?

- ¿Te pasa algo, papá? -escuchó que le preguntaba su hija.

- Nada... Solo pensaba -respondió él, casi aun más preocupado que antes.- En realidad... tengo que contarte algo, princesa...

Al rato, Layla estaba llorando por la noticia y siendo consolada por su padre; no quería irse a la guerra, ¿por qué podían ser tan crueles los dioses? ¿Por qué tenía que ir a la guerra? Su padre y los sacerdotes le habían explicado que los griegos y los atlantes llevaban en guerra desde el comienzo de los tiempos, los griegos eran avariciosos y envidiosos de lo avanzada que estaba la Atlántida. Sus panteones, también estaban en guerra desde los comienzos, los dioses griegos ansiaban la Atlántida por razones que ella no entendía todavía. Aun así seguía preguntándose qué hacía una niña como ella en un campo de batalla, había oído historias de que los griegos tomaban a las mujeres y a los niños para venderlos como esclavos para los aristócratas que a saber lo qué hacían con ellos. Con eso sentía más miedo que cuando "luchó" contra los demás hijos de los dioses.

Ydor siguió abrazando a su hija mientras lloraba, no le gustaba el hecho de que tuviese que irse a la guerra. Le gustaría poder acompañarla para asegurarse de que estaba a salvo y de que nadie le hacía ningún daño, pero no era un dios de la guerra como Misos o de la ira y la desdicha como Bet´anya. Hoy no solo había llevado a Layla a casa de la anciana para demostrarle que podía hacer algo por los demás, si no porque Archon también la observaba desde Katoteros; Layla podía ser una buena curandera de las tropas atlantes, de esa manera sufrirían menos bajas y los griegos tendrían que sucumbir a su poder, Layla era la única que poseía poderes curativos, ella sola no podría llegar a todos los soldados que estarían distribuidos por el norte de su tierra para detener las tropas griegas.

- No quiero ir... -dijo después de un rato entre sollozos.

- Lo sé, yo tampoco quiero que vayas... pero no puedo negarme a lo que Archon ordena... -respondió el dios del mar, sintiéndose muy mal.

Si tan solo hubiera podido llegar al trono de su panteón... Obviamente, en su situación actual, podrá evitarle todo eso a Layla. Definitivamente tendría que encontrar la forma en la que pudiera proteger a Layla de todos los que pudieran hacerle daño, la abrazó un poco más fuerte y besó su cabeza. "No te preocupes, Layla, no dejaré que te pase nada" pensó mientras seguía abrazando a su hija. A su tesoro.

26 de Junio de 9533 a. C.
Hoy se suponía que Ydor iba a llevar a Layla a una "excursión" para ayudarla con sus habilidades de lucha, sus habilidades y conocimientos para la curación eran ya muy avanzados, pero también necesitaban mejorar sus habilidades de lucha para poder defenderse. Sabía que tenía los conocimientos necesarios para luchar, pero tenía que aprender cómo usarlos, así que le había propuesto la excursión para ayudarla a mejorar sus habilidades. Aunque el día era como un chiste, las "peleas"que ambos tenían con sus espadas de mentira y sus escudos eran más como peleas de cosquillas y risas. Fue entonces cuando Ydor comenzó a pensar sobre el gran cambio que había hehco gracias a la niña que estaba abrazando en ese momento, su hija.

- Papá -lo llamó Layla, tirándole de la manga del forestama.- Tengo hambre.

Y no habían llevado comida.

- ¿Te apetece pescar? -le preguntó, era lo único que se le ocurría.

- No me gusta el pescado -respondió ella muy seriamente.

La risa pudo con él y no pudo evitarlo, no podía ser cierto, ni siquiera pudo contener la risa cuando vio la mirada de curiosidad de Layla. Normal si no entendía el motivo de su risa.

- ¿Por qué te ríes, papá? No tiene gracia...

- Sí la tiene -respondió, dejando de reírse.- Porque a mi tampoco me gusta.

- Oh... entonces sí tiene gracia -comentó ella, comenzando a reírse también.

- ¿Qué te parece si buscamos un lugar para comer algo decente? Algo mejor de lo que podría cocinar tu padre -bromeó el dios del mar, sacándole una sonrisa a su pequeña.

Por una vez se alegró de una decisión que había tomado, como dios, Ydor tenía que tener cuidado de las decisiones que tomaba en lo que se refería a sus creyentes y los juramentos que hacía; aun así, le dio las gracias a Elea y a Layla por haberlo cambiado tanto. Le gustaba saber cosas sobre su hija, lo que le gustaba, lo que no, saber de sus recuerdos. Aunque no le gustaba mucho saber que había gente que las había tratado mal, tanto a Elea como a Layla, tratándolas de mentirosas. Si pudiera les haría pagar a todos, pero ahora tenía que darle buen ejemplo a Layla, aunque no necesitaba que se lo dieran. Layla era muy buena y siempre se preocupaba por los demás, dándole igual lo que hubiesen hecho en el pasado o si eran buenas o malas personas.

Después de comer, volvieron a donde habían estado entrenando antes y continuaron con la "pelea", aunque no eran conscientes que en ese ejercicio, alguien les estaba observando muy de cerca, por no decir que era alguien muy cercano.

Archon miraba la esfora en la que contemplaba a su tío con aquella inútil, ¿por qué la seguía entrenando? Creía haberle ordenado que se deshiciese de ella, aunque no podía negarlo, esa cría tenía una buena mano con la medicina. Podría serles de gran utilidad en la guerra contra esos griegos.

30 de Diciembre de 9533 a. C.
De nuevo, el templo se había llenado de gente enferma y que necesitaban curación. Layla, con las vestimentas de una sacerdotisa, les curaba y les daba remedios que su padre le había enseñado a hacer con las hierbas que crecían únicamente en la Atlántida. Por una vez, Layla se sentía a gusto con lo que estaba haciendo, ayudaba a los demás y evitaba que los demás niños quedasen huérfanos; pero lo único que la deprimía era tener que recordar que tenía que ir a una guerra a la que no quería ir.

Una niña pequeña se le acercó y le preguntó cuál era su dolencia, cuando la pequeña respondió, Layla se tensó porque no era la primera vez que había oído algo similar. Al menos no desde aquella "competición" con el resto de semidioses, su regente la había llamado inútil y ella se había sentido como tal; la niña sonrió y siguió diciendo cosas malas de ella, haciendo que la gente comenzase a dudar.

- No eres la hija de un dios, solo eres una bastarda de un mortal cobarde -siguió diciendo la niña.

El sonido del agua atrapando a la niña, hizo que Layla mirase a su padre acercarse con una mirada de ira que hasta ella se asustó tanto como la niña, pero iba a ahogarla.

- Papá, la vas a ahogar -dijo cuando se acercó a él y lo agarró para que la soltase.

- No importa, no es lo que parece, Layla -respondió él con la misma mirada.- ¿Qué haces aquí, Teros?

Layla se quedó algo sorprendida al escuchar el nombre del dios atlante del miedo, no sabía que... no era eso, sí que lo sabía, su padre tomaba otras apariencias para que nadie lo reconociese, era algo lógico que los demás dioses pudiesen hacerlo y si su padre decía que era un dios, tenía que serlo, su padre nunca le mentía.

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